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sábado, 30 de enero de 2010

Desconcierta la abundancia de tanto piano de cola en Cuba


CUEVAS DE BELLAMAR, LA BOTICA DE TRIOLET y LA CASA DE LA FAMILIA DUPONT

Estuve con la leyenda y con el mito de la farmacopea en la mismísima farmacia de Triolet, en Matanzas, Cuba. Apoyado en el mostrador principal, fotografiando albarelos y pailas, alambiques y máquinas registradoras en el aire solemne conmoviendo a las cosas que las volvió museo.

El señor Triolet, cuenta una ingeniera química encargada de ademanes y explicaciones, llegó a Matanzas a instalar su farmacia en 1892 ((ya va para los ciento trece años). Pero descreo y me pregunto cómo será la historia: si el señor Triolet llega propiamente a Matanzas; si Matanzas existía o si antes llegó a otra parte y luego al mismo lugar del Matanzas de hoy pero que entonces tenía otro nombre -ahora perdido- y después se trasladó y fundó este museo que comenzó siendo farmacia comercial, solícita y salvadora (en resumen, es mi ignorancia).

"LA REUNION, BOTICA FRANCESA DE E.TRIOLET", vendía el afamado tópico para los callos, remedio infalible, además y - entre otras cosas - recomendaba el jarabe y el café compuesto Triolet, eficaz para el catarro, el asma y el ahogo. En su calculadora Burroughs, don Emilio fijaba los precios incluso el de los alacranes acomodados dentro de grandes frascos de vidrio nadando en alcoholes amarillos, hasta largar todo su veneno y poder preparar con él la pasta o menjunje espesado con que fregaban el bajo vientre para detener los dolores de ahí (y si no pasaban, señal era de que el paciente pasaría, acota la ingeniera química curadora del museo). Esta farmacia fue conservada por la Revolución. Mantenida por ella entre cientos de tradiciones y demás curiosidades necesarias de ser preservadas en toda Cuba. Como debe ser.

La farmacia es más o menos de la época de las CUEVAS DE BELLAMAR y de la CASA DE DUPONT, arrimando solamente dos ejemplos alertas desde las primeras décadas de este siglo y últimas del anterior.

Por ese mismo tiempo en que Triolet acomodaba su balanza de pie, su reloj de pared y su Virgen de bulto, un español desconocido descubría -buscando otra cosa, como ocurre siempre- ayudado por un enjambre de peones negros, lo que hoy son las Cuevas de Bellamar, con intenso olor a vestuario de cancha de fútbol, a la entrada. Sus vericuetos tienen nombres sorpresa: Fuente de las Doncellas, Galería del Ángel, Recaudo de la Juventud, Balcón de la Americana y muchos otros en sus seiscientos metros de recorrido colmados de recodos, agachadas, estalactitas y estalagmitas, algunas manchadas irremediablemente con las señales del humo de los mecheros de grasa vacuna con los que se trabajaba en la época. Igual, aunque más distante en espacio y tiempo, ocurría en el Real socavón de Pailaviri, marcado por teas y pailas colmadas de grasa , lámparas de los indios mineros de Potosí.

Más al Norte y al Oeste, pasando por Varadero, se construía años después, pero siempre en la década, la mansión del señor Dupont, acaudalado francés casado con una norteamericana (¡vaya uno a saber cómo fue!). A la casa llegaban todos los fines de semana o por temporadas, para concertar y mantener sus porfiados juegos, los ricos de la isla (los años del treinta) y de los vecinos estados de la Unión, tan pundonorosa hoy. La casa tenía faroles complicados sostenidos por sirenas; piano de cola marca Tchaika (se le había borrado la k) de cara al mar océano; cristalería y un armonio que era pianola a la vez. Tenía pisos de esmeradas baldosas treinta por treinta, algunas reemplazadas por dibujos en baldosines de colores que reproducían un ancla, una carabela con tres cruces rojas como suponemos fueron las que llevaba Colón, un pez, un caracol marino, un timón y en los costados del último piso o mirador, las dos colas de sirenas sosteniendo sendos faroles que encendían para los navegantes. La casa conserva desde entonces los dormitorios intactos (uno para dos hijos, otro para dos hijas, y el matrimonial. Todos con muebles de madera pintada al aceite con flores y pájaros de colores entrelazados y unidos en enamoramiento por un moño de cinta cayendo). Intactos están el ascensor y los espejos biselados y las gruesas columnas de roble y cedro trabajados en Italia. Ahora se puede visitar la mansión pagando dos dólares, y sentarse en las sillas blancas o sillones art decó, para ordenar algún menú a la carta pues se come y se bebe en un pequeño restorán. Seguramente no como antes.

Era cuando en la ciudad de La Habana vieja (actual Patrimonio de la Humanidad, declarado por la UNESCO ), en la Casa de la Condesa de la Reunión, cerca de La Bodeguita del Medio, vecina al Boulevar del Obispo y la Plazuela de Albear, se reunía Hemingway con sus colegas cubanos y gente del pueblo a tomar daikiris o - ya existían- "Cuba libre", con una medida más de ron. En esa misma calle que cruza la de los toneleros, se está construyendo el museo Carpentier donde en una de las tantas vitrinas con fotografías del escritor nos enteramos cómo en un viaje al "Alto Orinoco, al contacto con las tribus más elementales", "Surgió en mi la primera versión de Los pasos perdidos" (después llegaría el regalo de EL ARPA Y LA SOMBRA con aquella cita inolvidable de la "leyenda áurea" : EN EL ARPA, CUANDO RESUENA HAY TRES COSAS : EL ARTE, LA MANO Y LA CUERDA. EN EL HOMBRE : EL CUERPO, EL ALMA Y LA SOMBRA ".

Desconcierta la abundancia de tanto piano de cola en Cuba, aun en el campo, y tanto museo encumbrado por manuscritos con rasgos de tinta oxidada.

Los patios familiares suelen tener una estatua pequeña. La de la Casa de la Condesa es una niña de mármol del agua, insinuada con líneas azules que le siguen el cuerpo y contornean el mar; y de los altos cuelgan las trepadoras tropicales, de suave piel, en maceteros contrastando con las maderas de galerías y persianas que forman grandes puertas de dos y cuatro cuerpos. Como en la casa del boticario Triolet (¿ sería pariente de Elsa, la novelista ? ) donde había también un piano de cola y una salita para conciertos. Enfrente a ella se accedía a un cuarto con ventana interior de dos hojas (entreabiertas ) donde discutían y amonestaban los títeres entreteniendo a los niños, separados de los mayores - an ensimismados en el concierto- por puertas de vidrio con orlas esmeriladas.

Triolet era industrioso al par que meticuloso. En una gran cocina de azulejos blancos permanecían sobre los fogones los alambiques y en el piso, una ringlera de damajuanas sin cestillos, tal como él las dejó, aguardando los destilados y menjunjes.

Presidía la farmacia una gran fotografía de época de su dueño: grandes bigotes canos, cabello corto de igual tono, cuello blanco palomita y traje oscuro abotonado con chaleco también abotonado. Marco oval dorado inserto, a manera de paspartú en otro gran marco tallado y de medida cuadrada. Vidrio bombé y al lado un albarelo con hidrato cloral más las nobles estanterías de madera color miel y un reloj de pared marcando las doce de algún año, al mediodía o a la noche. Afuera, enfrente, la plaza y más allá el mar y después del mar otra vez el mar, hasta el cielo.

Es llamativo cómo gente con otras urgencias -¡verdaderas urgencias! - no descuida y conserva estas estelas del tiempo. Cómo respetan la Virgen, la balancita de precisión, el mortero, la retorta en su doble silencio de colección. Y con cuánto fervor y orgullo el guía -siempre un profesional de las disciplinas que atesora el museo- atiende y se enamora hablando de lo que muestra.

Un dólar o un peso cubano cuesta la entrada a la farmacia. Nada se puede comprar. A no ser un saludo enviado por la nostalgia con testimonios de lo que fue salud, así como de las Cuevas de Bellamar y sus aguas de fuentes de imaginativa inocencia, o si no, estar caminando la mansión Dupont, oyendo todavía tallar naipes extraños al borde del océano de los descubrimientos.

Néstor Groppa (texto inédito sobre un viaje realizado en el año 1994)

2 comentarios:

Mario Arteca dijo...

Qué grosso es Groppa. Siempre tan sencillo, y tan refinado para sugerir su propio asombro. Un beso, Selva. Felicitacioens por el blog. Estás linkeada!

selva dijo...

Hola Mario, gracias! y sigamos comunicados, un abrazo, Selva